LUZ EN EL FÚTBOL, 1956

LUZ EN EL FÚTBOL

Por Benjamín Cisneros

En medio de la lucha diaria del periodista deportivo contra la ceguera, los intereses y la vanidad; chocando contra el apasionamiento y desafiando la incomprensión de muchos y la descompuesta reacción de aquellos que, por sentirse respaldados por una u otra fuerza artificial, se han creído invulnerables; batallando sin descanso contra las arbitrariedades, y, en suma, contra todo lo innoble, ineficaz y contraproducente que ensombrece el deporte; el desaliento que produce la sordera aguda de las autoridades, la conciente ceguera de los dirigentes y la inexplicable pasividad del aficionado convertido en dócil víctima de taquilla.

Así como los boxeadores agotados cuelgan los guantes cuando reconocen que sus golpes ya no surten efecto, muchas veces hemos sentido los combatientes de las páginas deportivas el deseo de “colgar” la pluma y abandonar las esperanzas. Pero, cuando el deporte se siente de verdad, cuando se está empeñado en verlo como una fiesta noble, educadora y útil, es difícil decidirse a abandonarlo en las manos de quienes equivocados o adrede se esfuerzan por arrastrarlo y descomponerlo.

Pero si alguna vez se nos dilató el espíritu en medio de lo estéril de la lucha, podemos declarar ahora –por deportistas y por católicos—que nunca se robusteció tanto nuestra determinación de seguir adelante como desde hace dos días cuando el cable nos trajo de la Ciudad del Vaticano, la palabra iluminada del Papa.

“El deporte, y acaso especialmente el fútbol, puede ser también escuela de virtudes individuales” ha dicho Pío XII.

“En este deporte, así como en otros, se requiere mucha superioridad de espíritu para saber perder sin descomponerse y mucha caridad para saber vencer sin humillar al adversario”.

Nosotros por pensar así, comenzábamos a sentirnos ridículos. Por creer en esos ideales temíamos habernos quedado rezagados, atropellados por la desenfrenada carrera de esos intereses económicos, de esos “arreglos” comerciales, de esos “entendimientos necesarios” y esas “argollas” que tanto desprestigian al deporte, a la camiseta y al espíritu.

Las palabras del Papa nos confirman que los equivocados y los rezagados no somos nosotros; que el deporte ha de ser siempre una virtud y una escuela educativa de la moral y la salud.     

Artículo publicado en el diario La Prensa, 1956